La idea de átomo fue introducida por los filósofos de la antigua
Grecia (en griego a = no, tomos = división) como partícula a la
que se llega por sucesivas divisiones de la materia, pero que es en sí misma
indivisible.
La hipótesis atómica fue
introducida en la ciencia moderna de la mano de John Dalton (1766-1844),
estableciendo una conexión firme entre el concepto de átomo y el concepto de
elemento químico. Para Dalton las sustancias simples o elementos están formados
por átomos iguales entre sí, pero diferentes de un elemento a otro, lo que
explicaría que sus propiedades sean también diferentes. Las sustancias
compuestas están formadas por átomos compuestos (moléculas) formados por la
unión de dos o más átomos simples distintos.
La moderna teoría atómica, al
aclarar en qué consiste la estructura interna del átomo, ha precisado el
concepto de elemento químico propuesto por Dalton. La noción actual de elemento
químico es la de una sustancia compuesta por átomos que poseen un número
atómico idéntico y característico de cada elemento. Esta definición, que hace
referencia a la estructura del átomo, reemplaza a la operacional de Boyle como
sustancia que no puede descomponerse en otras más simples y constituye la etapa
final de evolución de un concepto científico.
Sin embargo, los diferentes
acontecimientos de la física de finales de siglo vinieron a señalar la
existencia de partículas aún más pequeñas que los átomos. En 1885 Henry
Becquerel (1852-1908) observó, de un modo fortuito, que unos minerales de
uranio emitían radiaciones que eran capaces de impresionar las placas
fotográficas y de electrizar el aire convirtiéndolo en conductor. Esta
propiedad observada inicialmente para las sales de uranio y de torio recibió el
nombre de radiactividad. Este fue uno de los indicios del
carácter complejo de los átomos.
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